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COLABORACIONES

De la discrepancia a la balcanización

Noviembre 05, 2015

La discrepancia es sana e inevitable. Según el diccionario de la Real Academia Española, en su segundo sentido significa: Disentimiento personal en opiniones o en conducta. La buena política –no solo ella, pero de manera privilegiada– se construye sobre la base de los acuerdos a partir de las diferencias, que permiten o pueden permitir la prosperidad social y la gobernabilidad del estado.
El fantasma de la balcanización, una especie de fundamentalismo incompetente o que reniega de conciliar la diferencia, se instaló en Colima y sigue vivo en el inicio de actividades para la segunda elección por gobernador.
Los discursos agresivos de las partes principales descalifican a sus emisores, antes que enlodar a sus destinatarios. No son bravuconadas ni ofensas lo que un sector de los ciudadanos quieren; aquellos que, me parece, representan las buenas intenciones para la entidad. Digo un sector, porque habrá gente, sin duda, que los celebre y aliente en la medida de sus posibilidades e intereses mezquinos.
No estoy pensando, bobamente, que la política debe ser un intercambio de mimos, sí, que la política que necesitamos debe construirse desde coordenadas distintas, con asideros más lúcidos, más transparentes y democráticos, que partan de que sus protagonistas políticos consideren a sus observadores como ciudadanos y no espectadores del pancracio.
Otra forma más elegante de enconar los ánimos aflora cuando los políticos, las políticas dicen, por ejemplo, “Colima pide”…, “Colima espera…”, “Colima es…”. ¿Quién les autorizó a hablar por Colima? ¿Qué representación real ostentan? Empecemos por limpiar el lenguaje y las cabezas, para llamar a las cosas con precisión, para no asumirse como encarnaciones del bien y sus adversarios como la personificación del mal. Ni unos son diablos, ni santos los otros.
El habitante de Colima no es una figura de cera del museo. No es homogéneo. Como en todas partes. No nos desgarremos vestiduras. También hay flojos, corruptos, ladrones, perversos, abusivos, como hay gente decente, la mayoría.
Este juego de colocar en blanco y negro no construye ciudadanía. El mismo ciudadano pudo votar a Héctor Insúa o Yulenny Cortés, como a Ignacio Peralta, y no fue inteligente cuando marcó a uno, e imbécil cuando al otro. El político que aspire a marcar diferencias hacia delante debe reconocer la pluralidad e incertidumbre; esa inocultable realidad que sus desaciertos y corruptelas crearon.
El ensanchamiento de la polarización social es peligroso porque podría continuar después de dirimida la nueva contienda, a través de los medios posibles por los partidos en disputa, mientras la ciudadanía, indefensa y casi siempre resignada, se convierte en rehén de caprichos.
Eso, el aprisionamiento de la ciudadanía es lo que no podemos permitirnos más, en Colima y en México. Somos democracia, no monarquía; somos ciudadanos, no súbditos.


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Juan Carlos Yáñez Velazco

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